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Leccón 4: Cuando yo soy el ofensor
- Por Fernando Gómez
- Serie: Perdonados para perdonar
- Fecha: 26/05/2024
Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. Mt. 5:23-24
1. ¿Qué pasa cuando tú eres el ofensor y rehúsas reconciliarte con un hermano o hermana?
Dios insiste en que debes estar en buenos términos con tus hermanos y hermanas si esperas permanecer en buenos términos con Él. Tu adoración, si has hecho daño a otro y no lo has arreglado con él mediante la confesión y el perdón, es inaceptable. Ver también Efesios 4:26 y Hebreos 12:14
2. La confesión como una gracia.
1) Es la gracia para distinguir entre lo bueno y lo malo.
2) Es la gracia para entender el concepto del pecado que aún habita en nosotros.
3) Es la gracia para tener una conciencia que funciona bíblicamente.
4) Es la única gracia que nos protege de nuestra justicia propia.
5) Es la gracia para vernos a nosotros mismos tal como somos.
6) Es la gracia para estar dispuesto a escuchar y considerar la crítica y la reprensión.
7) Es la gracia para conocer que podemos enfrentar nuestros errores, porque Cristo ha tomado nuestra culpa y vergüenza.
3. Dando el primer paso.
Si usted es el ofensor que ha provocado una ruptura en una relación entre usted y otro (ya sea un miembro de la familia, un cónyuge, un amigo o un miembro de la iglesia) está obligado a ir. Y debe hacerlo rápidamente. Cuando vayas, sin embargo, no vayas justificando tu pecado («He venido a decirte que siento lo que te dije después de que me trataras de esa mala forma»). No, debes ceñirte por completo a tu propio pecado.
4. La cuestión de los «pecados del corazón»
• No todos los pecados son transgresiones externas contra otro. Cuando Jesús habló de cometer adulterio en el corazón (Mt. 5:28), se refería a lo que aquí podemos llamar un «pecado del corazón».
• El pecado del corazón solo lo conoce Dios y el pecador. No es conocido por aquel hacia quien se dirige el pensamiento pecaminoso en el corazón.
• La lujuria, la ira, la envidia, etc., que brotan en el corazón, pero son tratados antes de que se manifiesten exteriormente, no necesitan ser confesados a nadie más que a Dios. • De hecho, la confesión a personas totalmente inconscientes de lo que estás pensando puede conducir a un pecado adicional y a un daño innecesario.
• Los pecados del corazón deben distinguirse cuidadosamente de otras transgresiones que, aunque son desconocidas para otras partes; sin embargo, estás obligado a confesar y buscar el perdón. Como, por ejemplo, en un caso de adulterio, aun cuando la parte ofendida no se haya enterado, será necesario que el ofensor confiese su pecado a fin de buscar la reconciliación.
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