En este capítulo se nos explican las responsabilidades de los levitas, las cuales eran servir a los sacerdotes, y guardar la santidad del templo y evitar que entrara cualquier tipo de inmundicia. De esto aprendemos que aquellos que hoy forman parte del pueblo de Dios tienen el gran privilegio de servirlo en su iglesia. Además, todos somos llamados a velar por la pureza y el orden que Cristo ha establecido para su iglesia. Este capítulo nos apunta a Cristo, el levita protector de la casa de Dios por excelencia. Él es el que limpia el templo y forma un templo incorruptible e inmarcesible para su iglesia.