El deslizamiento del creyente

La vida cristiana no es un camino fácil, sino una batalla diaria.
Muchos cristianos se enfrentan al desafío de mantener su fe viva, de seguir creciendo en santidad y de no desviarse. Lamentablemente, hay quienes, sin darse cuenta, comienzan a caminar hacia atrás. Se enfrían en su fe, eligen caminos errados y, aunque pareciera que todo va bien, se alejan de la verdad.

La vida cristiana no se puede tomar a la ligera. No podemos darnos el lujo de descansar, de dejar de esforzarnos. Jesús mismo nos enseñó que si deseamos seguirle, debemos negar nuestra voluntad cada día, tomar nuestra cruz y seguirlo (Lucas 9:23). Cada paso que damos en esta vida es un paso en una batalla contra el pecado, una lucha que requiere de todo nuestro esfuerzo.

El apóstol Pablo nos da un ejemplo claro: «Así que yo corro, no como a la aventura, de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo y lo pongo en servidumbre» (1 Corintios 9:26-27). Pablo sabía que la vida cristiana es un esfuerzo constante, y es esencial estar alertas, disciplinados, porque el deslizamiento no ocurre de un día para otro, sino que es el resultado de pequeñas decisiones que nos apartan de Jesús.

¿Te has preguntado alguna vez por qué Dios no acelera tu santificación?
Es fácil culpar a Dios, pero la verdad es que la razón principal por la que no crecemos como quisiéramos no es Él, sino nosotros. Muchas veces, nuestra falta de santidad radica en no usar adecuadamente la palabra de Dios y las promesas que nos da, en no mantener nuestra mirada fija en Cristo. Si no somos lo que debemos ser, la culpa no está en Él, sino en nuestra propia negligencia.

Es sutil, pero el deslizamiento empieza cuando dejamos de ver a Jesús como nuestra mayor prioridad.
Comenzamos a desviar nuestra mirada hacia otras cosas que parecen más atractivas, y antes de darnos cuenta, nuestro enfoque ya no está en lo eterno, sino en lo temporal. Lo peor es que a veces ni siquiera nos damos cuenta de este deslizamiento, pero quienes nos rodean sí lo notan.

La pregunta es: ¿Cómo evitar caer en esta trampa?
El primer paso es reconocer que no debemos vivir en la comodidad. Nos encanta la prosperidad, la calma, el vivir sin dificultades, pero estas cosas son peligrosas para nuestra fe. La vida fácil puede alejarnos de nuestra necesidad de Dios. Cuando todo va bien, no sentimos la urgencia de invocar su nombre, y es ahí donde corremos el riesgo de desviarnos.

Pero hay esperanza.
Si miramos la vida de Jesús, veremos que la prosperidad y la calma no fueron sus características. Él vivió en constante dependencia de Su Padre, enfrentó sufrimientos, angustias y persecuciones, pero nunca dejó de confiar en Dios. Jesús nos muestra que, incluso en medio de la dificultad, podemos vivir con fe. El apóstol Pablo también nos recuerda: «El justo vivirá por fe» (Hebreos 10:38). La fe es la clave para seguir adelante, para resistir la tentación de retroceder.

Así que, la próxima vez que enfrentes una prueba, recuerda: Dios está guardándote de deslizarte, como lo hizo con Su Hijo. Él te está llevando a través de dificultades, porque te ama, porque quiere que tu fe crezca. No te desanimes, porque cada sufrimiento tiene un propósito eterno.

Recuerda las palabras de Jesús: «El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame» (Lucas 9:23). Esto es lo que significa seguir a Cristo: un camino de sacrificio, de tomar la cruz, pero también un camino de vida eterna. Dios tiene un plan maravilloso para tu vida, pero ese plan incluye tomar tu cruz.

Te invito hoy a mirar tus dificultades de una nueva manera. Agrédate en las pruebas, porque en ellas está el trabajo de Dios en tu vida. Él está perfeccionando tu fe, y a través de todo lo que enfrentas, te está llevando más cerca de la vida abundante que te ha prometido.

Compartir: