¡Gloria a Dios soy limpio ya! (Levítico 14)

Habiendo visto que la lepra es un símbolo del pecado, pues tanto la lepra como el pecado destruyen, no tienen cura humana y nos alejan de la presencia de Dios, ahora en este capítulo tenemos las instrucciones para aquellos que habían sido limpiados de su mal por la intervención y el poder de Dios. Todo hombre nace con un corazón leproso, es decir, contaminado por el pecado y necesita ser transformado para presentarse delante de Dios. Y cuando es de esta forma restaurado y purificado, es natural que haya una consagración ferviente a Dios.

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